EL ESPÍRITU SANTO Y LA
CIRCUNCISIÓN
Lc 2,21
I
Apenas
entró Jesús al mundo cuando quiso ofrecer la primera sangre para salvarnos; ¡tarde
se le hacía derramarla en favor nuestro!
Dice
la carta a los Hebreos: …“La sangre de Cristo, que por el Espíritu
Santo se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios, purificará de las obras muertas
nuestra conciencia". Hb 9, 14. El Espíritu Santo inspira el sacrificio de
Jesús en la Cruz.
La
efusión de la sangre de Jesús, prepara la otra efusión invisible del Espíritu
Santo, cuando nos lo entregó en la Cruz.
En
todos los pasos culminantes de su vida, Jesús dio muestras de su divinidad encubierta,
excepto en la circuncisión.
Cuando
nació llorando y temblando como los niños pecadores, ángeles, pastores y reyes le
adoraron.
Cuando
se hizo bautizar en el Jordán como un pecador, la voz del Padre, el Espíritu Santo,
en forma de paloma, y el mismo Bautista, dieron testimonio de que era el Hijo
de Dios.
Antes
de dejarse prender, con sólo decir: “Yo
Soy” Jn 18, 5, derribó por tierra a los soldados.
En
su Pasión, clavado en la Cruz, en medio de dos ladrones, el sol se eclipsó,
tembló la tierra, se rasgó el velo del templo y el centurión y muchos, golpeándose
el pecho, confesaron que era el Hijo de Dios.
Sólo
en la circuncisión parece que del todo se olvida de sí, de su honra, allí no
hay ángeles, ni milagros. ¡Qué profundas lecciones de amor y qué sangre y qué
humillaciones tan poco agradecidas!...
II
Obedeció
Jesús al Espíritu Santo que le inspiraba todo lo que debía hacer. Jesús no
tenía obligación de someterse a esta ley, y quiso derramar su sangre, y parecer
lo que no era: pecador.
¿Y
yo?, ¿cuántas veces desoigo la invitación interior del Espíritu Santo que me
impulsa al vencimiento, a la abnegación, al sacrificio?
Jesús
deseó aparecer pecador porque había venido a revestirse del pecado para
expiarlo. Esto le pidió el Espíritu Santo y esto aceptó Jesús: cargar con el
peso de mis pecados delante de su Padre celestial para que me salvara, para
conquistarme al Espíritu consolador que endulzaría mi destierro.
¿Por
qué no aprovecho la acción del Espíritu Santo en mí?...
III
¿Qué
sentiría Jesús viéndose así, revestido del pecado, en presencia de su Padre celestial,
del Espíritu Santo, de María, su Madre purísima, y de sus ángeles?... ¡Él! -¡la
misma PUREZA!-.
El
divino Espíritu se gozaba en la obediencia de Jesús, al verlo sacrificarse
siguiendo sus amorosos impulsos. Sacrificios interiores y exteriores le pidió
toda su vida. En el establo le pidió pobreza, frío, dolores; y a Jesús todo le
parecía poco por mi bien, quería darse todo y dijo al Padre: "He aquí que vengo, Padre, para hacer
tu voluntad". Hb 10, 7
Es
que ama Jesús a los hombres, divina y humanamente, y nos da con abundancia sus favores,
-poseído del Espíritu Santo y con el
mismo Espíritu Santo, que es unidad,
perfección y caridad-.
El
dolor repugna a la naturaleza, es cierto; pero el Espíritu Santo hace dulce el
padecer y le comunica además tales atractivos que acabamos por gloriarnos en la
Cruz como en el mayor de los tesoros. "El
hombre natural no capta las cosas del Espíritu de Dios". 1 Co 2, 14 "Y
nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de
Dios para conocer las gracias que Dios nos ha dado. 1 Co 2, 12.
ORACIÓN
¡Santo
Espíritu, deleite purísimo, gozo en persona, júbilo infinito, que enciendes en
el amor de Dios y en él quieres inflamarnos también a nosotros! ¿Quién podría explicar
lo que eres? ¡Sólo María podría darnos una idea de tu caridad sin límites!
¡Que
Ella nos lleve a ti para que, en unión del Padre y del Verbo divino hecho
hombre, te conozcamos algún día, sumergidos en los eternos esplendores de la
divinidad!
Amén.
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