JESÚS ENVIADO POR EL
ESPÍRITU SANTO PARA CONSOLAR A LOS AFLIGIDOS Lc 4,18
I
El
Espíritu Santo, consolador por excelencia, nos da el consuelo divino, que es
Jesús; uniéndonos con Jesús, el Espíritu Santo nos consuela.
Los
pecadores son los heridos del corazón, los pobres entre los pobres: y a ellos
fue enviado Jesús por la inspiración del Espíritu Santo; y a su vez el Espíritu
Santo vino a la tierra enviado por el Padre, por el sacrificio y la plegaria de
Jesús.
Los
enfermos, y no los sanos, son los que necesitan médico por eso dijo Jesús: “...No he venido a llamar justos, sino
pecadores”. Mt 9, 13; Mc 2, 17; Lc 5, 32
Jesús
tiene la misión de consolar, y lo hace por el Espíritu Santo, consolador
supremo, que alegra, alivia, alienta, fortifica y levanta el corazón.
¡Oh
Santo Espíritu! VEN en nuestra ayuda.
II
Jesús
fue enviado para sanar a los tibios que viven en gracia de Dios, pero que con
vida enfermiza son incapaces de generosidad y de cualquier sacrificio. Es una
especie de anemia, una debilidad, una parálisis... todo languidece: la inteligencia,
el corazón y la voluntad.
Jesús,
el Jesús de Nazareth, fue enviado a los tibios que quieren sanar, y piden salud:
"Hijo, ¿quieres sanar?
Dijo un día y añadió-: ¡Levántate, toma
tu lecho y anda! Jn 5, 6. 8 Y a nosotros nos dice: Volad por el camino de
la perfección; para esto es preciso que se mortifiquen, porque es el único
remedio que sana de este mal y lo hace desaparecer.
III
Jesús
vino a sanar a los heridos del corazón, a los que quieren amar más a Dios… ¡y no pueden! ¡Cuántos corazones
doloridos existen que, después de haber conocido a Dios y probado lo que es
amarle, desean con ansia corresponder a
su amor amándole más y más, y no tienen quien les guíe, entregados a sus
propias y débiles fuerzas!
Existen
laicos, sacerdotes y religiosos felices, que enamorados de Jesús, cumplen la misión
de conquistar almas para al Espíritu Santo y, unidos a Jesús en la obra
redentora, convierten a los pecadores y mueven a los tibios a corresponder a
los beneficios de Dios.
ORACIÓN
¡Oh
Espíritu Santo, te damos gracias infinitas por haber ungido a Jesús en favor de
los hombres!
¡Que
María nos alcance la gracia de trabajar sin descanso por tu gloria, oh Divino Espíritu,
que con el Padre y el Hijo eres suprema belleza, germen de toda vida.
Amén.
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