EL ESPÍRITU SANTO LLEVA AL
DESIERTO
Lc 4, 1
I
Existen
tres medios para que nuestra alma se llene del Espíritu Santo.
El
primero es la SOLEDAD. Sí, la soledad es una gracia. Aparte de la exterior,
existe la interior, esa soledad en que el alma se recoge y dispone sus oídos
para escuchar las inspiraciones divinas.
Cuando
Dios quiere hacer grandes favores a un alma, la desprende primero de los suyos,
de los amigos, de los apoyos del mundo, de las criaturas en general; luego, "la lleva a la soledad y habla a su
corazón". Os 2, 16
Esto
lo hace siempre con el alma dispuesta y
generosa que renuncia a todo por su amor, con el alma sacrificada,
abnegada, valiente y olvidada de sí misma.
Ayúdame,
¡Santo Espíritu!, con tu fortaleza porque soy muy débil. Tú sabes cuánto me cuesta
ordenar mis afectos y encauzar mis pasiones en la relación con mis seres
queridos.
Hazme
entender que nací para ti; que soy para ti; que debo buscarte a ti y vivir y
trabajar sólo para ti, para gloria de la Trinidad Santísima.
¡Santa
soledad interior, absórbeme, que por experiencia sé que sólo en ti siente mi
alma reposo, porque sólo en tu seno encuentro al Espíritu Santo, mi Dios y
Señor!
II
El
segundo medio para hallar al Espíritu Santo es la ORACIÓN. Orar fue la grande
ocupación de Jesús en la tierra; su vida fue una oración continuada: "Vigilad
y orad" Mc 14, 38, -nos dijo- y lo hizo también porque todo lo
enseñaba con su ejemplo.
Y
¿qué es la oración? Es la íntima comunicación de los dos corazones que se
hicieron y son el uno para el otro: ¡el Corazón de Jesús y el mío!, ¡el Corazón
de un Dios y el de un hombre!, ¡el del Creador y el de su criatura!
Conversación
inefable, en que se ama sin hablar, en que se habla sin palabras, en que se oye
sin oídos, y sin sentidos se siente: conversación substancial, en la que el
alma se alimenta maravillosamente con el Verbo divino y en la cual se comunica
el Espíritu Santo con sus dones y favores.
Horizontes
extensísimos de perfección se descubren a quien ora: ve la necesidad de expiación
en esta vida o en la otra; contempla y pesa lo que ha costado su salvación y lo
mueve a corresponder al amor de su Dios; entiende y penetra a fondo cómo el
Amor lo perdona todo con excepción de una sola cosa: el no ser amado.
Con
el amor no se juega. Jesús lo ha hecho todo para salvarnos. ¡Todo esto, con
claridad meridiana, lo entiende el alma que ora!
III
Además
de la soledad y de la oración, el Espíritu Santo pide el SACRIFICIO.
No
hay ni puede haber vida espiritual, unión con el divino Espíritu, sin
sacrificio, sin penas del cuerpo y del corazón, sin anhelos de padecer, sin
renunciamiento propio.
El
Espíritu Santo interviene en el sacrificio de Jesús en la Cruz: "Cristo, por el Espíritu Santo, se
ofreció a sí mismo inmaculado a Dios". Hb 9, 14
¡El
sacrificio!, Jesús nos mostró este camino para ir al cielo. Nos dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga". Mt 16, 24
En
el camino de la negación sólo cuesta, sólo es duro, el primer paso, porque "su yugo es suave, su peso
ligero". Mt 11, 30
Sólo
los esforzados arrebatan el cielo; sólo el que lucha alcanza la victoria y el reino de los cielos padece
violencia". Mt 11, 12
¡Los
santos se hicieron guerra a sí mismos! Es verdad; pero no hemos de olvidar las dulzuras
del padecer: "Sobreabundo en alegría
y reboso de contento, porque todo lo puedo en Aquel que me conforta". Flp
4, 13
Y
esta fortaleza ¿de dónde viene, de dónde puede venir, sino del Espíritu Santo?
Si él quiso que Jesús muriera en la Cruz, fue para hacernos fácil cualquier
calvario.
Cuando
un alma llega a enamorase del sacrificio, comienza la intimidad con el Espíritu
Santo que siempre está dispuesto a comunicarse con un alma mortificada.
ORACIÓN
¡Espíritu
Santo, Reposo inefable, Descanso amoroso, mi esperanza y mi amor!, concédeme
las tres condiciones para la intimidad contigo: la soledad, la oración y el
sacrificio, que son la vida del amor
y la escuela en que formas a los santos.
Yo
sé que la virtud comienza donde empieza el sacrificio. ¡Qué venga ese tesoro
que reservas para los escogidos: la Cruz -delicia del Padre, encanto del Hijo y
gloria tuya, oh divino Espíritu-!
Renueva
mis sentidos. mis deseos, mis afectos, para que el amor a la Cruz domine en mi alma
todo sentimiento para darte gloria y colaborar en la salvación de mis hermanos.
¡María!,
modelo vivo de bondad, de oración y de cruz, enséñame a sacrificarme por amor.
Amén.
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