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Congregación Cuerpo y Sangre de Cristo

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miércoles, 3 de mayo de 2017

PREPARACIÓN PARA PENTECOSTES 03 DE MAYO DE 2017

EL ESPÍRITU SANTO, MARIA Y JOSÉ
Mt 1,16.20-21


I

Sólo san José pudo llamar ESPOSA A MARÍA en la tierra, como la llama el Espíritu Santo. ¡Qué sublime dignación tuvo el Señor para con él, y cómo fue especialmente escogido; el Espíritu Santo lo colmó de dones para ser custodio de María y protector de Jesús.
En un sueño fue revelado a José, por un ángel enviado por el Espíritu Santo, el misterio de la Encarnación, y él correspondió a la misión de esposo de María y de padre de Jesús.
¡Qué vida de trabajo y de abnegación, endulzada con la paz suavísima del Espíritu Santo fue la de la humilde casita de Nazareth! Allí florecieron y fructificaron las virtudes más heroicas: ¡el ocultamiento!
¡Qué ejemplo de vida interior, de pureza de intención, de unión con Dios la de aquella Familia sacratísima! Y todo fue porque amaban, y su voluntad era una con el Padre y el Espíritu Santo.

II

Jesús, desde el momento de su Encarnación, tuvo que padecer. La vida mortal que recibió del Espíritu Santo y de María, fue de cruz desde Belén hasta el Calvario.
María, después de Jesús, fue la criatura que más padeció en la tierra y a la que el Espíritu Santo inspiró con mayor ahínco el amor al sufrimiento, porque todas las obras de Dios se fundan en el dolor: ¡en la Cruz!
José, desde la Encarnación tuvo que sufrir: padeció moralmente dudas y perplejidades. María, objeto de aquellas dudas, sufría en silencio y dejaba a Dios la defensa de su virtud.
Jesús fue concebido en el dolor, en el FIAT de María que abarcaba todas las cruces, todos los dolores predichos para la Madre del Mesías. ¡Y cuán hondo y cuán de continuo la espada que vaticinó Simeón hirió el corazón de la Inmaculada Virgen durante los años de su vida oculta!
¿En qué hogar falta el dolor?... Recibámoslo, pues, como presente amoroso del Espíritu Santo y hagamos un pequeño Nazareth de nuestras casas.
Imitemos a la Trinidad de la tierra en su fidelidad a las inspiraciones divinas, en su santa alegría al recibir gozosos las penas de la vida, en su generosidad para corresponder a la gracia aunque nos sacrifique.
¡Cómo se miraría gozoso el Espíritu Santo en este espejo de perfección y multiplicaría sus gracias y haría que se gozara Jesús "al ver cómo su Padre revelaba a los pequeños, es decir, a los humildes, las cosas que no entenderían los sabios!" Lc 10, 21

III

¡Qué silencio, qué oración, qué santa dicha en el trabajo!, ¡qué delicadeza, qué caridad tan pura la de aquellas almas!
Allí, sin duda, tenía el Padre sus complacencias, porque aquel santuario resplandecía con el pensamiento de Dios: Dios era la atmósfera que en él se respiraba; aquel ambiente de pureza dilataba las almas y las hacía florecer para el cielo; allí era Dios el dueño poderoso que daba o quitaba, que probaba y premiaba.
En los hogares en que se ama a Dios, en los que María vive y José protege, los corazones son dichosos; el Espíritu Santo reina en ellos y las almas conservan siempre su frescura, amabilidad y lozanía.
Pidamos, pues, con insistencia a la tercera persona de la Santísima Trinidad que bendiga nuestros hogares y extienda a ellos su benéfica influencia, porque él es Espíritu consolador, Espíritu de verdad, Espíritu de amor.


ORACIÓN
¡Santo Espíritu, puesto que eres el reposo inefable y la paz infinita, consuela nuestras penas, suaviza nuestras cruces, danos la sencillez de la verdad en todas nuestras palabras! ¡Qué hablemos sin diplomacia, que actuemos sin doblez y todo con caridad perfecta!
¡Cuánta falta haces, Amor eterno, en la sociedad, en las familias, en los corazones!  Siempre has sido una necesidad para los hombres, más ahora, en estos tiempos de frío egoísmo, de vil materialismo en que la fe agoniza en las almas, ¡eres indispensable más que nunca! Tú, que eres la alegría del mismo cielo infunde en nuestros corazones la dicha que no pasa, la de una conciencia pura, la de un alma tranquila en el dolor.
¡Ven, ven, Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra; "crea en mí un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto" Sal 51, 12. Así serán renovadas todas las cosas en Cristo, y los hogares cristianos se multiplicarán y darán honor y gloria a la Trinidad.
Amén.




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