EL ESPÍRITU SANTO, MARIA Y
JOSÉ
Mt 1,16.20-21
I
Sólo
san José pudo llamar ESPOSA A MARÍA en la tierra, como la llama el Espíritu Santo.
¡Qué sublime dignación tuvo el Señor para con él, y cómo fue especialmente
escogido; el Espíritu Santo lo colmó de dones para ser custodio de María y
protector de Jesús.
En
un sueño fue revelado a José, por un ángel enviado por el Espíritu Santo, el
misterio de la Encarnación, y él correspondió a la misión de esposo de María y
de padre de Jesús.
¡Qué
vida de trabajo y de abnegación, endulzada con la paz suavísima del Espíritu
Santo fue la de la humilde casita de Nazareth! Allí florecieron y fructificaron
las virtudes más heroicas: ¡el
ocultamiento!
¡Qué
ejemplo de vida interior, de pureza de intención, de unión con Dios la de
aquella Familia sacratísima! Y todo fue porque amaban, y su voluntad era una
con el Padre y el Espíritu Santo.
II
Jesús,
desde el momento de su Encarnación, tuvo que padecer. La vida mortal que recibió
del Espíritu Santo y de María, fue de cruz desde Belén hasta el Calvario.
María,
después de Jesús, fue la criatura que más padeció en la tierra y a la que el
Espíritu Santo inspiró con mayor ahínco el amor al sufrimiento, porque todas
las obras de Dios se fundan en el dolor: ¡en
la Cruz!
José,
desde la Encarnación tuvo que sufrir: padeció moralmente dudas y perplejidades.
María, objeto de aquellas dudas, sufría en silencio y dejaba a Dios la defensa
de su virtud.
Jesús
fue concebido en el dolor, en el FIAT de María que abarcaba todas las cruces, todos
los dolores predichos para la Madre del Mesías. ¡Y cuán hondo y cuán de
continuo la espada que vaticinó Simeón hirió el corazón de la Inmaculada Virgen
durante los años de su vida oculta!
¿En
qué hogar falta el dolor?... Recibámoslo, pues, como presente amoroso del
Espíritu Santo y hagamos un pequeño Nazareth de nuestras casas.
Imitemos
a la Trinidad de la tierra en su fidelidad a las inspiraciones divinas, en su
santa alegría al recibir gozosos las penas de la vida, en su generosidad para
corresponder a la gracia aunque nos sacrifique.
¡Cómo
se miraría gozoso el Espíritu Santo en este espejo de perfección y
multiplicaría sus gracias y haría que se gozara Jesús "al ver cómo su Padre revelaba a los pequeños, es decir, a los
humildes, las cosas que no entenderían los sabios!" Lc 10, 21
III
¡Qué
silencio, qué oración, qué santa dicha en el trabajo!, ¡qué delicadeza, qué
caridad tan pura la de aquellas almas!
Allí,
sin duda, tenía el Padre sus complacencias, porque aquel santuario resplandecía
con el pensamiento de Dios: Dios era la atmósfera que en él se respiraba; aquel
ambiente de pureza dilataba las almas y las hacía florecer para el cielo; allí
era Dios el dueño poderoso que daba o quitaba, que probaba y premiaba.
En
los hogares en que se ama a Dios, en los que María vive y José protege, los
corazones son dichosos; el Espíritu Santo reina en ellos y las almas conservan
siempre su frescura, amabilidad y lozanía.
Pidamos,
pues, con insistencia a la tercera persona de la Santísima Trinidad que bendiga
nuestros hogares y extienda a ellos su benéfica influencia, porque él es
Espíritu consolador, Espíritu de verdad, Espíritu de amor.
ORACIÓN
¡Santo
Espíritu, puesto que eres el reposo inefable y la paz infinita, consuela nuestras
penas, suaviza nuestras cruces, danos la sencillez de la verdad en todas
nuestras palabras! ¡Qué hablemos sin diplomacia, que actuemos sin doblez y todo
con caridad perfecta!
¡Cuánta
falta haces, Amor eterno, en la sociedad, en las familias, en los corazones! Siempre has sido una necesidad para los
hombres, más ahora, en estos tiempos de frío egoísmo, de vil materialismo en
que la fe agoniza en las almas, ¡eres indispensable más que nunca! Tú, que eres
la alegría del mismo cielo infunde en nuestros corazones la dicha que no pasa,
la de una conciencia pura, la de un alma tranquila en el dolor.
¡Ven,
ven, Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra; "crea en mí un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu
recto" Sal 51, 12. Así serán renovadas todas las cosas en Cristo, y los
hogares cristianos se multiplicarán y darán honor y gloria a la Trinidad.
Amén.
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