EL ESPÍRITU SANTO CON JESÚS
EN EL DESIERTO
Mt 4,1-11
I
"El Espíritu Santo
llevó a Jesús al desierto" Mt 4, 1; no
para dejarle allí solo, sino para ser su compañero inseparable y gozarse con
Él, como lo dice el profeta Oseas: ..Lo
llevaré a la
soledad y allí le hablaré al
corazón”. Os 2, 16
Contemplemos
al Corazón de Jesús en el desierto, incendiado en amor por el Amor mismo.
El
Espíritu Santo lleva al combate, sí; pero ayuda. Llevó a Jesús al desierto para
que fuera tentado por Satanás: lo llevó a luchar, a combatir. Pero ¿acaso lo
dejó solo? No, le inspiró palabras contra el demonio, lo hizo triunfar y mandó
a los ángeles para servirle.
Vivamos
de la Palabra de Dios, conservándola en nuestros corazones, porque esa divina Palabra
es el Verbo: alimento, fuerza y vida: "No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios.
[...] No tentarás al Señor, tu Dios. [...] Adorarás al Señor tu Dios y a Él
sólo servirás". Mt 4, 4. 7. 10.
El
Espíritu Santo no abandona a quien reconoce su miseria, y anhela luchar con
energía en las tentaciones de amor propio, de indiferencia, de cobardía, de
temor, de desaliento, etc.
A
muchos nos falta valor para ser felices amando la cruz: ¡porque nos falta amor, nos falta Espíritu
Santo!
II
El
Espíritu actúa de tres maneras en Jesús durante su vida pública. Primero le
MUEVE, después lo CONDUCE, más tarde lo IMPULSA... esto mismo hace con
nosotros: nos mueve a vivir las
virtudes, nos conduce por el camino
de la perfección; y por último nos impulsa
a la crucifixión voluntaria, máxima expresión del amor.
"Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto". Lc 4, 1
El
Espíritu Santo MUEVE. Él mismo le condujo al desierto para ser tentado por el
diablo, a fin de enseñarnos que las tentaciones se combaten con la oración y el
ayuno; que no es malo el ser tentado, sino el dejarse vencer por la tentación. "Y se mantuvo en el desierto cuarenta
días y cuarenta noches y no probó alimento". Mt 4, 2
Como
Jesús, necesitamos separarnos de cuando en cuando del mundo, desprendernos de todas
las criaturas para hallarnos a solas con Dios, con el Espíritu Santo... ¿Cuándo
acabaremos de comprenderlo?
Si
a Jesús, que era la misma inocencia y la perfección suma, el Espíritu Santo le
impulsó a la soledad para que se preparase al apostolado y al sacrificio de la
Cruz, ¿qué necesitaremos nosotros? Silencio.... soledad.....recogimiento....mortificación....
virtudes que ejercitó Jesús en el desierto, inflamado con la gracia del
Espíritu Santo.
III
El
Espíritu Santo CONDUCE. Cada alma tiene su propio camino que Dios le preparó desde
toda la eternidad. A cada uno nos preparó gracias particulares; a cada uno nos
trazó el sendero que deberemos cruzar, el estado en que deberemos servirle,
etc.
Pero
¿quién nos conducirá de la mano por esa senda a veces obscura?... El Espíritu Santo,
compañero santísimo, que dirigió todos los pasos de Jesús en cuanto hombre.
Él
es el que conduce siempre con los cuidados y desvelos de una madre; el que con suavidad
irresistible nos inspira interiormente y nos muestra los obstáculos que debemos
vencer; el que nos señala el camino que debemos seguir.
Nos
conduce, sí; nos mueve, nos
sostiene, nos fortalece, nos ampara, cuida de nosotros hasta llevarnos al
cielo.
ORACIÓN
Escúchame
y compadécete de mi debilidad, ¡oh Espíritu Santo, amante de todo bien!
“¡No
retires de mí tu santo Espíritu y en espíritu de nobleza afiánzame!" Sal
51, 13-14, quiero ser fiel a la vocación y misión que me has confiado en la
Iglesia.
¡Sé,
en el desierto de mi alma, un manantial de favores y consuelos! ¡Sé tú mi
fortaleza!
¡Ven,
Refrigerio inmenso de corazones heridos!, ¡vierte en mi alma los raudales de tu
amor para seguir generosamente a Jesús, al lado de María, mi Madre amadísima!
Amén.
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