JESÚS COMPARA AL ESPÍRITU
SANTO CON UN MANANTIAL
Jn 7,37-39
I
Jesús
comparó al Espíritu Santo con un manantial de agua viva que brotaría del
corazón de sus Apóstoles, cuando lo hubieran recibido.
Y
así fue, inmediatamente comenzaron sus conquistas en las almas, y san Pedro convirtió
a cinco mil hombres el día de Pentecostés.
El
Espíritu Santo, rocío del cielo, es también la fuente de aguas vivas; fuente
copiosa e inagotable de bienes, de la que los Apóstoles y cuantos queramos,
podemos sacar la santidad, el gozo, la paz y el amor.
¿Quién
no querrá saciar su sed en ese Manantial divino?: "Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba". Jn 7, 37 Tenemos sed de verdad, de sinceridad, de
virtudes, de gracia y de luz; caminamos por este destierro, con el alma árida,
y seco el corazón, anhelando embriagarnos en el torrente de los ríos de
sabiduría y de santidad de Dios para darlo a los demás.
¡Oh
si nos preparáramos a recibirlo, cuánto tendríamos para dar!
II
Hay
que dejarnos invadir por el Espíritu Santo porque “el hombre animal no puede hacerse capaz de conocer las cosas que son
del Espíritu de Dios; los hijos del Espíritu Santo poseen el pensamiento de
Cristo”. Cf. 1 Co 2, 14 - 16
Pero,
¿cómo lograrlo en nuestras almas? Con el Rocío del cielo, que es el agua viva
que salta hasta la vida eterna; con el Manantial
perenne que jamás se agota; con el dulce refrigerio, que es el Espíritu
Santo, único que puede saciar la sed interna que nos devora cuando el corazón
se abrasa y seca en las horas de prueba y de sufrimiento.
Esa
agua divina alivia los males, facilita los movimientos interiores, robustece y
da fuerzas para la lucha, fortifica y reanima nuestro ser.
El
Espíritu Santo, rocío celestial, es el
que purifica el corazón, porque es el que dijo:
“...La buena conciencia es como un
banquete continuo”. Pr 24, 13-14 Él
lava lo que está inmundo, riega lo que está seco; es el que derrama sus dones y
sus frutos en los corazones dispuestos.
¡Qué
grande es el Espíritu Santo, y bajo su acción se van desarrollando las almas en
estado de gracia, y son sus instrumentos en bien de otros!
Reflexionemos
qué adelantos, qué plenitud de virtudes poseeríamos si nos dejáramos conducir
por él que es el Amor por esencia.
¡Qué
celo, qué caridad tendríamos y qué conquistas haríamos para el cielo si correspondiéramos
a sus divinos ardores! ¡Qué generosidad, qué paciencia y cuántas virtudes rebosarían
en nuestros corazones inundados por el Manantial de los bienes celestiales!
¿Por
qué no nos damos desde hoy al Espíritu divino, generoso manantial de gracias?
III
¡Qué
amor tendrán los bienaventurados en el cielo al Espíritu Santo, cómo lo
alabarán y qué agradecidos estarán a sus favores!
"El
agua -dice san Cirilo- se halla en todas partes y da a todas las cosas vida y fecundidad:
es encarnada en la rosa, blanca en la azucena; y así el Espíritu Santo es todo
en todas las cosas. Es la pureza de las vírgenes, la fortaleza de los mártires,
la sabiduría de los confesores”.
"¡Oh
si pudiéramos algún día florecer y formar parte de aquel admirable jardín, y prestarle
algo de hermosura para gloria y gozo del Espíritu Santo!"
ORACIÓN
Con
toda la generosidad de que soy capaz me consagro a ti, ¡oh Espíritu Divino!; y
si no puedo comprenderte, sí puedo amarte y hacer que seas amado.
¡Lo
infinito no se mide: y tú, con el Padre y con el Hijo, eres hermosura, poder, omnipotencia,
sabiduría y bondad infinitas; pero más que todo eso eres Amor y por eso en ti contemplo,
gozoso, el poder, la justicia, la misericordia y todos tus tributos, que son amor, ese amor que
desarrolla en mi alma el germen divino de la esperanza!
¿Quién
más digno de amor que el Amor mismo personificado en ti? ¡Pues amemos al Amor,
inflamémonos en ese Amor, hagamos que sea amado el Amor!
Amén.
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