EL ESPÍRITU SANTO EN LA
VISITA DE MARIA A ISABEL
Lc
1,39-45
I
Oculta
e ignorada vivió siempre María; pero luego que la visitó el Espíritu Santo y hospedó al Verbo, Hijo del Padre, en sus
virginales entrañas, impulsada por el Divino
Espíritu, "María salió con gran
presteza a una ciudad de Judá". Lc 1, 41.
La caridad inflamaba el corazón de María; la
consumía el ansia de servir, de comunicar el Fuego divino que la devoraba,
porque el sello de la caridad verdadera
es la abnegación, el olvido propio, el sacrificio; y todo esto se refleja
en el amor al prójimo.
¿Y
yo? ¿No retardo por respetos humanos, comodidad o egoísmo, hacer el bien a los demás?
¡Cuántas veces evitamos sacrificios que deberíamos afrontar, no sólo en bien de
los cuerpos, sino sobre todo de las almas.
¿De
dónde proviene esto? De que nos falta el amor, es decir, el Espíritu Santo; de que vivimos alejados
de su influencia bienhechora.
Por
eso vegetamos en vez de vivir y hacer obras para la vida eterna, porque un alma
que ama a Dios une las buenas obras, los vencimientos y todas las virtudes al
amor.
¿Y
Quién es el Amor, sino el Espíritu Santo?
II
Santa
Isabel va a recibir la plenitud del Espíritu Santo por María -en su visita, en
su acercamiento, en sus confidencias y en su amor-. "Cuando Isabel oyó la salutación de María, fue llena del Espíritu
Santo". Lc 1, 41
¡Qué
timbre tan dulce y atractivo tendría el acento de la que ya era la Madre de
Dios! ¿Y quién es digno de oír la voz de sus consejos, sino el alma pura y
sacrificada que sabe copiar sus virtudes, amarla como a la más santa de las
madres y que se desvive por complacerla?...
La
plenitud del Espíritu Santo desciende a un alma que ame a María.
¡Qué
dicha tan grande la que otorgó María a Isabel sirviéndola; al hacerla testigo
de aquel desbordamiento de humildad y gratitud, expresado en el MAGNÍFICAT, que
Isabel escuchó extasiada!
III
María
fue a la montaña impulsada por el Espíritu
Santo, y Jesús iba con Ella. ¡Llevaba consigo al Espíritu y al Verbo, inseparables
del Padre!... ¡Toda la Trinidad Santísima, de Quien era tan amada, habitaba en
Ella!
Apenas
habló María a santa Isabel, cuando Juan Bautista y su madre recibieron al Espíritu Santo; es decir, que la
palabra de María le atrae; que a donde va, lo lleva, porque lleva a Jesús; y
Jesús, el Verbo Divino, es inseparable del Padre y del Espíritu Santo, porque
de las tres divinas Personas, UNA sola es la substancia, sólo UNA la esencia.
Ese
niño, Juan, bajo la acción del Espíritu Santo, que recibió al mismo tiempo que
su madre, preparó el camino al Mesías; convertirá a millares de hombres,
bautizará a Jesús, al que dará sus primeros apóstoles, y morirá mártir.
¡Cuántas
gracias recibió Juan Bautista con poseer al Espíritu Santo y qué poderosa es su
acción de amor cuando el alma corresponde a sus fines!
ORACIÓN
¡María,
Madre de mi corazón, a quien tanto amo!, tú que llevaste al Espíritu Santo a
aquellos corazones fieles, dámelo a mí, tráelo a mí y a los míos, para nuestra santificación.
Recuerda
aquellos días felices en que el Espíritu Santo te asoció al primer apostolado
de tu Hijo divino, entregando el Espíritu Santo a Juan Bautista como te
asociará hasta el fin del mundo para santificar las almas con tu piadosa
cooperación.
Si
por ti baja Jesús a las almas, por ti subiré yo al Espíritu Santo para más
conocerlo y amarlo; para recibir sus divinas inspiraciones, porque todas,
Madre, todas hallan eco en tu corazón de Esposa.
Amén.
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