Se
adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi
hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".
Jesús
le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete.
Por
eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas
con sus servidores.
Comenzada
la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como
no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y
todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El
servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te
pagaré todo".
El
rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al
salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me
debes'.
El
otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero
él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los
demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a
contarlo a su señor.
Este
lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No
debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de
tí?'.
E
indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo
que debía.
Lo
mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a
sus hermanos".
V.
Palabra del Señor
R.
Gloria a ti, señor Jesús
Leer el comentario del
Evangelio por
San
Juan Pablo II (1920-2005), Papa
Encíclica
«Dives in misericordia» cp. 7, §14 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
«¿No deberías, a tu
vuelta, tener compasión de tu hermano?»
La
Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principales—en cada etapa de la
historia y especialmente en la edad contemporánea—el de proclamar e introducir
en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en Cristo
Jesús. Este misterio, no sólo para la misma Iglesia en cuanto comunidad de
creyentes, sino también en cierto sentido para todos los hombres, es fuente de
una vida diversa de la que el hombre, expuesto a las fuerzas prepotentes de la
triple concupiscencia que obran en él, está en condiciones de construir.
Precisamente en nombre de este misterio Cristo nos enseña a perdonar siempre.
¡Cuántas veces repetimos las palabras de la oración que El mismo nos enseñó,
pidiendo: «perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros
deudores» (Mt 6,12), es decir, a aquellos que son culpables de algo
respecto a nosotros!
Es
en verdad difícil expresar el valor profundo de la actitud que tales palabras
trazan e inculcan. ¡Cuántas cosas dicen estas palabras a todo hombre acerca de
su semejante y también acerca de sí mismo! La conciencia de ser deudores unos
de otros va pareja con la llamada a la solidaridad fraterna que san Pablo ha
expresado en la invitación concisa a soportarnos «mutuamente con amor» (Ep
4,2). ¡Qué lección de humildad se encierra aquí respecto del hombre, del
prójimo y de sí mismo a la vez! ¡Qué escuela de buena voluntad para la
convivencia de cada día, en las diversas condiciones de nuestra existencia!
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