En
seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él
a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después,
subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí,
solo.
La
barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían
viento en contra.
A la
madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los
discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un
fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero
Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces
Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el
agua".
"Ven",
le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en
dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como
empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
En
seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre
de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el
viento se calmó.
Los
que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú
eres el Hijo de Dios".
Leer
el comentario del Evangelio por Orígenes (c. 185-253), presbítero y
teólogo
Comentario
al Evangelio según Mateo, 11,6; PG, 13, 919
«Realmente
eres Hijo de Dios»
Cuando
habremos aguantado las largas horas de noche oscura que sobrevienen en los
momentos de prueba, cuando habremos luchado lo mejor que sabemos..., estemos
seguros que hacia el final de la noche cuando «la noche está avanzada, y el día
se echa encima» (Rm 13,12), el Hijo de Dios se acercará a nosotros, caminando
sobre las olas. Cuando le veremos venir así, nos sobrecogerá una turbación
hasta el momento en que comprenderemos claramente que es el Salvador que ha
venido entre nosotros. Creyendo ver un fantasma, gritaremos de espanto, pero él
nos dirá inmediatamente: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Es
posible que estas palabras que nos dan seguridad, harán surgir en nosotros un
Pedro en camino hacia la perfección, que bajará de la barca, seguro de haber
escapado de la prueba que le sacudía. Al principio, su deseo de salir al
encuentro de Jesús le hará caminar sobre las aguas. Pero estando su fe todavía
poco segura y dudando de sí mismo, se dará cuenta de la «fuerza del viento»,
tendrá miedo y empezará a hundirse. Sin embargo, saldrá de este peligro porque
lanzará a Jesús este gran grito: «¡Señor, sálvame!». Y apenas este otro Pedro
habrá acabado de decir «¡Señor, sálvame!», que el Verbo extenderá la mano para
socorrerle, lo agarrará en el momento en que comenzaba a hundirse,
reprochándole su poca fe y sus dudas. Fíjate, sin embargo, que no le ha dicho:
«Incrédulo» sino «hombre de poca fe» y que está escrito: «¿Por qué has
dudado?», es decir: «Es cierto que tenías poca fe, pero te has dejado arrastrar
en el sentido contrario». Seguidamente, Jesús y Pedro volverán a subir a la
barca, el viento amainará y los pasajeros, comprendiendo de qué peligro han
sido salvados, adorarán a Jesús diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios». Estas
palabras las dicen tan sólo los discípulos próximos a Jesús en la barca.
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