Al
llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
"¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que
es?".
Ellos
le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y
otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y
ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando
la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo".
Y
Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y
yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder
de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo
te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra,
quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado
en el cielo".
Entonces
ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el
Mesías.
V.
Palabra del Señor
R.
Gloria a ti, señor Jesús
Leer el comentario del
Evangelio por San
Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia Comentario
sobre Mateo, 16
«Tú
eres... el Hijo del Dios vivo»
El Señor había preguntado: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Seguramente que la simple vista de su cuerpo manifestaba que era el Hijo del hombre, pero haciendo esta pregunta quería hacer comprender que, al verle había algo más en él, había algo que necesitaba ser discernido... El objeto de la pregunta era un misterio, a él debía tender la fe de los creyentes.
La
confesión de Pedro obtuvo plenamente la respuesta merecida por haber visto en
el hombre al Hijo de Dios. Él es «dichoso», alabado por haber extendido su
vista más allá de la de los ojos humanos, no prestando atención a lo que venía
de la carne y de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el
Padre celestial. Pedro fue juzgado digno de ser el primero en reconocer que
Cristo era Dios. ¡Qué fundamento que tiene la suerte de dar a la Iglesia el
título de su nombre nuevo! Se convierte en la piedra digna de edificar la
Iglesia, de manera que rompe las leyes del infierno... y todas las demás
cárceles de muerte. Dichoso portero del cielo a quien se le confían las llaves
de acceso a la eternidad; su sentencia en la tierra se adelanta a la autoridad
del cielo, de manera que lo que se ligue o desligue en la tierra será ligado o
desligado en el cielo.
Jesús,
además, ordena a los discípulos que no digan a nadie que él es Cristo, porque
era necesario que otros, es decir, la Ley y los profetas, fueran testimonios de
su Espíritu, mientras que el testimonio de la resurrección es propio de los
apóstoles. Y puesto que la bienaventuranza de los que conocen a Cristo en el Espíritu
ha sido manifestada, se manifiesta, a su vez, el peligro de desconocer su
humildad y su Pasión.