SEPTENARIO AL ESPÍRITU SANTO PARA PEDIR SUS DONES
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Espíritu consolador, bondad
inefable, que suavísimamente abrasas las almas en fuego celestial! Aquí venimos
tus hijos a implorar tu protección poderosa y todos tus dones, para emplearlos
en saber amar a Jesús.
Ven a nuestra inteligencia para que
reine en ella la luz purísima de Jesús. Ven a nuestra voluntad para que en ella
reine la santidad de Jesús.
Ven a nuestro corazón para que en él
reine el amor a Jesús.
Ven, por fin, a nuestro ser, para que
lo absorba la vida divina de Jesús. Tú que eres la fuente de gracia, derrámala
abundantemente en nuestros corazones.
¡Oh divino Espíritu, fuente de
infinita pureza!, límpianos del pecado, renueva nuestras almas en Cristo y
escucha propicio las peticiones que ahora te hacemos.
Amén.
DÍA QUINTO - DON DE FORTALEZA
El don de fortaleza lo da el Espíritu
Santo solamente a las almas valerosas que saben luchar contra sí mismas. Parece
que debiera regalarlo a los débiles, pero es lo contrario: sólo lo regala a las
esforzadas, porque a las otras les haría daño y él es la perenne fuente de todo
bien.
La fortaleza acude a prestar su
auxilio a quien lucha, se sacrifica y perdona.
¿El don de fortaleza, a quién
sostiene? Al alma cansada, fatigada y casi rendida en la pelea; es el guardián
del corazón puro y valiente en cualquiera prueba, y vela en el dolor y sostiene
en el sacrificio.
El don de fortaleza viene a dar la
mano al amor activo y acompaña en la vida espiritual; es la esperanza del
soldado de Jesucristo y, con la sonrisa en los labios y la dicha en el alma, la
ven llegar todos los que sufren; da valor en el vencimiento propio, y
constancia en la lucha.
Este don de fortaleza ¿en dónde está
escondido? En la oración. En el Huerto de los Olivos, Jesús quiso descubrir el
don de fortaleza al mundo cuando, estando en oración, recibió la divina
fortaleza; tres veces la buscó para enseñarnos a pedirla.
María poseyó este don en toda su
plenitud, y al pie de la Cruz brilló en ella de una manera admirable. Es tan
rico este don de fortaleza, que alcanza para quien se sacrifica la
perseverancia final y el cielo.
Feliz quien posee este don, no lo
conmueven ni las pasiones, ni los enemigos; es inquebrantable, por la fuerza
sobrenatural que lo sostiene, la fuerza divina del Espíritu Santo.
A este don lo acompañan siempre las
virtudes teologales, que comunican sus cualidades y efectos a quien lo posee.
¡Es incomprensible a la inteligencia
humana este don de fortaleza!
Dánoslo, Espíritu Divino, que
necesitamos de tu fortaleza; te prometemos vencernos a nosotros mismos,
extirpar los vicios del corazón y estar dispuestos siempre a luchar después de
cada tormenta. “...Los que ponen en ti su confianza? jamás serán
confundidos”. Sal 22, 6.
¡Me negaré a mí mismo y tomaré mi
Cruz con amor! Cf. Mt 10, 38, ¡que todo lo puedo en Aquel que me conforta! Cf.
Flp 4, 13. Amén.
ORACIÓN FINAL
¡Oh Espíritu Santo, benigno y
consolador que te complaces en aliviar nuestros males!
¡Oh fuego celestial que fecundizas
cuanto tocas!, ¡ven a extender por todo el mundo el amor a la Cruz! Derrama
sobre nosotros tu suave unción; suscita vocaciones de laicos, religiosos y sacerdotes.
Presérvanos de todo mal y llénanos de celestiales riquezas. Amén.
JACULATORIA
Crea en mí, ¡Dios mío!, un corazón
puro y renuévame por dentro con espíritu firme.
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